Las comparaciones son completamente perjudiciales. Comprar situaciones, comparar relaciones o personas, no tienen nunca un buen final. Hay que entender que cada ser humano es diferente. Todos contamos con nuestras virtudes y nuestros defectos. Cuando se dice que las comparaciones son odiosas, se hace referencia a que este tipo de actuaciones lo único que generan son inseguridades y problemas de autoestima.
Las comparaciones pueden conducir a emociones como la envidia, fomentar la competitividad y, en definitiva, crear ambientes negativos en relaciones familiares, amorosas, laborales o de amistad. Hay que reconocer siempre que todos tenemos nuestros puntos fuertes. Mientras que uno puede ser buenísimo cocinando, otro puede tener el don de la palabra o la escritura. No por ello debemos pensar que alguien es mejor que otro. Somos iguales, todos poseemos el mismo valor, sólo que hay cosas que se nos pueden dar mejor o peor.
Para entender un poco el por qué las comparaciones son odiosas, te mostramos algunas claves que te lo dejarán un poco más claro.
Las comparaciones podemos hacerlas nosotros o pueden hacerlas los demás con nosotros mismos. En este segundo caso, pueden compararnos con personas de nuestro alrededor creando un evidente problema de autoestima.
A nadie le gusta que lo comparen. A nadie le gusta que le digan que X persona es mejor que uno mismo. Este tipo de afirmaciones sólo hacen que aumentar nuestras inseguridades. Logran, en los casos más extremos, que creamos que no valemos para nada, machacando considerablemente nuestra autoestima.
Sin duda, esto debería ser más que suficiente para que nosotros mismos no hiciéramos comparaciones. Nunca hagas a los demás lo que no quieres que hagan contigo.
Aunque la competitividad en una medida justa puede ser buena, una competitividad extrema generará ambientes nocivos en todos los aspectos. Por ejemplo, comparar a dos hermanos puede derivar en un fuerte deseo de ser mejor que el otro. Esta competitividad puede llegar a un punto insano. Es más, esa competitividad puede, posteriormente, pasar a otras facetas de la vida del individuo, generando así situaciones similares con amigos o compañeros de trabajo.
Hay que pensar que las comparaciones con completamente injustas. Como comentábamos, todos somos diferentes. Tenemos personalidades distintas, pero también historias y familias completamente diferentes. Cada uno tiene unos motivos, un ambiente y, por tanto, cada uno somos el resultado de unas circunstancias. Comparar estas circunstancias con otras que no se parecen en nada, es, cuanto menos, injusto.
Hay un punto muy peligroso con esto de las comparaciones. Cuando estamos acostumbrados a que nos comparen constantemente, podemos llegar a sentir cierta dependencia de las opiniones de terceros.
Un caso muy claro sería el de dos hermanos. La comparación constante entre ambos podría llevar a una lectura errónea por parte de los niños: “Si no soy mejor que mi hermano, no me querrán igual”. Este niño podría crecer obsesionado por la aceptación de terceros, y, por tanto, con la necesidad absoluta de ser mejor que los demás para poder ser aceptado.
Cuando aseguramos que las comparaciones son odiosas, no nos fijamos en que nosotros también podemos compararnos con otras personas. Esto es, quizá, la peor de las comparaciones. Una comparación que crea emociones muy negativas en nosotros mismos.
Si estas comparaciones con los demás siempre nos dejan en mal lugar, siempre nos sentiremos defraudados con nosotros mismos. No hay nada peor que sentirse así, siendo evidente los problemas severos de falta de autoestima que se pueden tener.
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