Seguramente has tenido muchas discusiones en tu vida con todo tipo de personas, has cometido errores, como a todos así nos ha sucedido. Si lo piensas bien, lo primero que hacemos cuando algo no nos sale como queremos es buscar la culpa en otra parte. Ese bus que ha tardado en llegar y nos ha hecho perdernos la reunión, ese producto que no estaba como debería en el supermercado y me ha estropeado la cena al no cocinarse como debería... incluso esa amiga que hoy no estaba del humor que yo esperaba. Todos tienen la culpa... ¿en serio?
La verdad es que nuestro cerebro está preparado para echar la culpa a los demás de lo que hacemos nosotros mal como método de defensa, así no pensamos que nosotros tenemos la culpa de algo y nos sentimos mejor. La verdad es que, lejos de hacernos sentir bien, esto no nos lleva a ninguna parte, por lo que, aceptar nuestros errores y seguir hacia adelante siempre es la opción más adecuada, antes de buscar a quién echar la culpa.
El nombre del síndrome adámico proviene de la historia de Adán y Eva, cuando ambos desobedecen las indicaciones de Dios y Adán le echa la culpa a su compañera por convecerla de comer la manzana, a la vez que Eva culpa a la serpiente.
En la vida, tenemos que ser sinceros y mirar hacia dentro de vez en cuando. Errar es humano y lo natural es que nos equivoquemos y lo asumamos, ya que, echar balones fuera no solucionará nada, sino más bien lo contrario. Si eres de los que piensa que todas sus desgracias son culpa de otras personas, puede que padezcas el síndrome adámico. Darse cuenta será el primero paso para poder solucionarlo.
Y la verdad, aunque hay cosas que pasan realmente por culpa de alguien, muchas veces tendemos a echarnos de encima la responsabilidad de nuestra propia vida con esa idea de que la culpa la tienen los otros. Echar la culpa a los demás nos exime de nuestras obligaciones, nos hace más débiles y no nos permite ver nuestros errores para mejorar. Por eso, sentirse culpable no es tan malo algunas veces, de hecho, es incluso necesario. Viendo nuestra culpa podemos sentirnos libres de nuestros actos y coger las riendas de nuestra vida.
A lo largo de nuestro camino por la vida sentimos muchas cosas. Las emociones nos acompañan durante todo nuestro viaje, y del mismo modo que sentimos alegría también nos sentimos tristes. Sin embargo, si hay un sentimiento que cuesta gestionar ese es el sentimiento de culpabilidad.
Pensar que una mala decisión, un mal acto o una simple omisión cuando tendríamos que haber hecho algo, haya podido destrozarnos la vida es algo que cuesta soportar y con lo que cuesta lidiar. Muchas personas no se sienten capaces de cargar con ese peso, sobre todo, porque no han aprendido a gestionar esa emoción. Sin embargo, aceptar la culpa es un paso indispensable para crecer como persona y sobre todo, para aprender a perdonarnos.
Aceptar los errores propios es el único camino que podemos seguir para salir adelante. Si aceptamos que todos nos equivocamos y que nosotros lo hacemos a menudo, empezaremos a conocernos mejor, a poder lidiar con nuestros defectos y lo que es mejor, a sacar más partido de nuestras virtudes.
Solo enfrentándonos a aquello que hacemos mal, aceptándolo y siguiendo adelante, podremos mejorar en nuestra vida y optar a un mayor bienestar en la misma. Por que esconder la cabeza nunca es la solución, pero tirar balones fuera, tampoco.
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