Seguramente, si nos paramos pensar, podemos ver que hay mucha relación entre emoción y memoria. De hecho, hay algunos sucesos de los que no nos acordaríamos si no fuera por esta intensa emoción que nos ha acompañado durante los mismos. Así, si una cena nos ha sentado mal el martes, podemos recordarla con todo lujo de detalles, aunque no tengamos ni idea de que hayamos comido la noche anterior.
Y es que la emoción tiene mucho que decir en cuanto a procesos de memoria se refiere. Del mismo modo que olemos un perfume y nos traslada a un momento determinado de nuestra vida o incluso a una persona concreta, las emociones pueden evocarnos los recuerdos de esa forma. Y es que, está demostrado, que es más fácil recordar algo cuando la emoción que sentimos es la misma. Las emociones, tanto emociones positivas, como las emociones negativas, tienen una influencia muy importante en nuestro desarrollo como seres humanos. Tanto es así, que como ya hemos comentado en alguna ocasión, las emociones también influyen en nuestra autoestima. De este modo, es en base a nuestro día a día, a nuestras vivencias y pensamientos donde se encuentra la clave para comprender cómo repercute la emoción sobre los recuerdos, sobre la memoria.
¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las torres gemelas durante el 11S? ¿Qué comiste el día que nació tu primer hijo? Son preguntas que se remontan a años atrás y que, inesperadamente, tendremos la respuesta. Se trata de una emoción que ha sido tan fuerte durante un momento dado, que nos permite recordar un día concreto con una precisión fotográfica.
Muchas personas confunden, debido a su nombre, la memoria fotográfica con la visual. Y es que, uno no tiene memoria fotográfica cuando recuerda perfectamente los detalles de una pintura, sino que es un término acuñado a esos recuerdos que se evocan con una precisión máxima, debido a una huella o un nudo emocional que se ha impreso en ellos.
De esta forma, podemos recordar detalles que en otros momentos no podríamos recuperar. Así, podemos decir que, el nombre de fotográfica, no se refiere a la forma de recuperar la información, sino a la precisión con la que esos recuerdos nos vienen a la mente.
Ya hemos explicado cómo lo que sentimos en una determinada ocasión puede hacer que recordemos mejor o peor un acontecimiento. Eso sí, existen diferentes maneras de recordar las cosas y diferentes modos en los que la emoción puede influir en nuestra memoria. Para hacernos una idea, la emoción puede estar en el momento en el que codificamos la información, cuando la intentamos recordar o cuando el contenido en sí, está repleto de cierta carga emocional.
Esto quiere decir que el estado de ánimo que tenemos en una situación puede hacer que recordemos mejor o peor tal hecho en sí, si nuestro estado de ánimo coincide en el momento de recordar. Es decir, si nos sentimos muy contentos y aprendemos una palabra en otro idioma, probablemente la recordemos mejor si también estamos contentos que si nos encontramos decaídos. Por el contrario, cuando la tristeza nos invade y nos sentimos decaídos, guardamos de otro modo esos recuerdos.
En este punto, se estudia cómo el estado emocional de una persona puede alterar el material que recuerda. De esta forma, si nos sentimos felices, tenderemos a recordar de una forma mejor los sucesos felices y a descartar los acontecimientos de nuestra vida donde nos hemos sentido desdichados. Se trata de una forma en la que la emoción incide sobre la recuperación de la memoria, en este caso. E incluso, en otros casos, otros problemas como el estrés pueden provocar hasta pérdidas de memoria, especialmente en los casos de estrés crónico.
En este caso hablamos de lo buena que es la memoria cuando tanto recuerdo y codificación coinciden en el estado de ánimo, es decir, sería una suma de las dos anteriores. Por ejemplo, podemos entenderlo si, al estar en una fiesta, recordamos una broma que se gastó en otra fiesta, con unas emociones similares. Se trata de una forma en la que los recuerdos vienen a la mente de una forma mucho más efectiva.
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