Todos sabemos qué es la tristeza, una de las emociones que existen, y también hemos oído hablar de la depresión, un problema de salud con cierta incidencia en la sociedad actual. Sin embargo, hay un tercer elemento a caballo entre la tristeza y la depresión que suele pasar desapercibido, y que puede llevar a realizar diagnósticos incorrectos. Hablamos de la distimia, una gran desconocida para la mayoría de la sociedad sobre la que vamos a profundizar a continuación.
Pero antes de avanzar deberíamos definir qué es la distimia, un trastorno depresivo con síntomas menos severos que los de la depresión pero mucho más duraderos en el tiempo, impidiendo que la podamos catalogar como una depresión como tal. Los especialistas pueden vincular la distimia con alguno de los tipos de ansiedad más comunes y en este sentido apuntan a que los principales síntomas de la distimia deben manifestarse durante al menos dos años para que podamos considerar el problema como distimia, aunque en el caso de los niños, que no están exentos a esta trastorno, es de 12 meses. Por mucho que en algunos casos que la tristeza también tiene un lado positivo en un caso de estas características la persona se muestra mucho más ensimismada y necesita ser dotada de recursos adicionales para poder hacerle frente.
Precisamente esa persistencia temporal convierte la distimia en un problema crónico, aunque por fortuna se puede diagnosticar y tratar ya sea médica o psicoterapéuticamente. El paciente es el que debería elegir el tratamiento, aunque cuestiones como la severidad de los síntomas que padece o la capacidad de cada uno de tolerar la medicación también influyen. Los medicamentos que se suelen utilizar para tratar la distimia son antidepresivos, y la actividad física a cualquier nivel puede ayudar a hacer frente a estos síntomas.
Uno de los síntomas más claros de la distimia es la baja autoestima, aunque no llegaremos al punto de la depresión. Eso puede provocar un mal diagnóstico, ya sea porque se confunde con la depresión o porque un mal terapeuta considera que la situación no es lo suficientemente grave como para actuar. La baja autoestima no está sola, sino que viene acompañada de la tristeza, la melanconía o la pesadumbre; pero al ser síntomas leves convivir con ella -o con alguien que la padece- es más difícil que hacerlo con la depresión.
Muchas veces hablamos de problemas de autoestima cuando nos referimos a la distimia, pero suele ir acompañada con al menos otros dos síntomas: falta de apetito o comer en exceso, dificultades para conciliar el sueño, fatiga o falta de energías, desesperación, problemas para concentrarse o a la hora de tomar decisiones importantes... Hay ocasiones, en especial en el caso de los niños, en que la depresión puede convertirse en irritación, pero siempre irá acompañada de la baja autoestima y alguno de estos síntomas.
No se conoce el origen exacto de la distimia, pero sí que se pueden precisar algunas de las causas que provocan la distimia: hay una serie de factores de riesgo bioquímicos, y están las cuestiones genéticas, psicológicas y ambientales. Lo más habitual es que afecte en especial a quienes tienen antecedentes familiares, y es un problema con cinco veces más presencia entre las mujeres que en los hombres. Y como no podía ser de otra manera, el primer paso para acabar con la distimia es reconocer el problema y luchar por hacerle frente.
Como hemos dicho anteriormente, los antidepresivos que inhiben selectivamente la recaptación de la serotonina (ISRS) son los medicamentos más utilizados, y suelen combinarse con ansiolíticos o el litio, que estabiliza el estado de ánimo. Pero la respuesta química no suele ser suficiente, y para solucionarlo conviene hacerle frente a la distimia a través de la psicoterapia, que nos permitirá atacar de raíz el problema. El paciente es el que tiene la responsabilidad final de hacerle frente al problema, ante el que seguir unos hábitos saludables es otra buena medida.
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