La infancia es una etapa de suma importancia en la vida de cualquier persona, porque todas las experiencias que vivimos de pequeños, nos marcan a medida que vamos creciendo y nos hacemos adultos. Durante los primeros años de vida aprendemos muchas cosas, a caminar, a hablar, a pensar racionalmente, aprendemos también determinadas conductas, pero también aprendemos emociones, un ingrediente fundamental que conformará nuestra autoestima cuando seamos adultos.
Las heridas emocionales sufridas durante la infancia marcan cómo será la calidad de vida emocional de una persona a medida que vaya creciendo. Se trata de experiencias y recuerdos ciertamente negativos que pueden tener un efecto sobre nuestra parte más sentimental. Hablamos de situaciones que influirán en nuestro grado de vulnerabilidad, en la calidad de nuestros pensamientos y actitudes. Por este motivo es que los expertos siempre se han postulado a favor de educar en emociones desde nuestros primeros años de vida, para que en el futuro y mediante una buena experiencia tengamos una mejor salud emocional.
Cómo dijo Gabriel García Marquéz:
"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos y, gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado".
Y es que, si bien es cierto que es muy complicado lidiar con un pasado traumático, aún lo es más si todas esas heridas aparecieron durante la infancia.
La soledad, la dependencia emocional y el miedo al abandono, el miedo al rechazo, la humillación, el miedo a confiar en los demás, y la injusticia son algunas de las principales heridas que se pueden arrastrar desde la infancia y hasta la etapa adulta.
Este puede ser tu caso y el de muchas más personas que ni siquiera imaginamos. A continuación reflexionamos sobre estas heridas de la infancia que nos causan cierto malestar y que nos impiden actuar con cierta normalidad, repercutiendo en nuestro bienestar.
Si las heridas existen, por mucho que nos tapemos los ojos para no verlas, siempre estarán ahí y no se irán, a menos que no le pongamos remedio. Ponerse una venda no es un buen camino para curar las heridas emocionales, es mejor aceptar que las heridas existen y comprender que nadie es mejor o peor por el hecho de que algo le haga daño.
Pero si en vez de tapar la heridas, adoptamos la estrategia de buscar culpables, tampoco lograremos curar todo ese daño que acumulamos en nuestro interior. Ahora que las heridas están ahí, y que las arrastras desde hace mucho tiempo, de poco o nada te servirá buscar culpables. Lo mejor será apostar por los autocuidados.
Pero una vez que reconozcas que tus heridas están ahí, tampoco pretendas que sean los demás quienes las sanen. Puede que nunca lleguemos a saber o comprender quién fue el responsable o la responsable de dichas heridas, y quién sabe si las personas de nuestro entorno, pueden estar atravesando un momento similar.
Aunque tú no seas el responsable directo de esas heridas que arrastras desde la infancia, debes tomarte la licencia de perdonarte a ti mismo y también de sentir rabia o dolor como fuente de alivio. Reprimir el dolor no es bueno, y mucho menos cuando se trata de heridas que se arrastran desde mucho tiempo atrás, ya que lo único conseguirás reprimiendo tus emociones o el dolor, es generarte más dolor, más emociones negativas, infelicidad e insatisfacción.
Ahora que has reconocido tus heridas, y que has descargado todo el dolor que llevas dentro, ha llegado la hora de poner en marcha un proceso de transformación. Recuerda que todo cambio en la vida requiere de un intenso esfuerzo, sin embargo, lo más conveniente para dejar atrás las heridas de la infancia, es mirar hacia el frente y asumir que debemos poner en marcha cambios en nuestra vida para superar todas esas heridas que nos impiden ser felices.
Aunque el cambio debas iniciarlo tú mismo, no está de más buscar apoyo en las personas que tienes a tu alrededor, especialmente, en las que más te quieren y las que mejor te conocen. El apoyo de los demás puede ser una de las mejores claves para superar cualquier obstáculo en la vida, incluido, las heridas emocionales de la infancia.
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