Si alguien nos habla de agorafobia seguramente lo asociamos con esa escena que hemos visto en algunas películas. Se nos viene a la cabeza una persona que no puede salir de casa para nada y que siente pánico solo con pensar en dejar su vivienda. Pero la agorafobia es algo más que el miedo a los espacios abiertos. De hecho, para entenderla, tenemos que contar con una serie de datos que, cuestan algo más de asimilar que lo que es el miedo a salir a la calle.
En realidad, la agorafobia es un trastorno de ansiedad en el que el estímulo lo produce cualquier situación donde no nos sentimos seguros. En este punto desempeñan un papel fundamental los ataques de pánico, y es que precisamente es el miedo a desencadenar estos ataques lo que produce la agorafobia. De este modo, las personas que han sufrido algún ataque de pánico son las propensas a desarrollar este trastorno.
Para entender mejor la agorafobia debemos entender qué es un ataque de pánico. Se trata de una reacción que viene de forma inesperada y no la podemos explicar. Es una sensación muy desagradable que abarca su punto culmen en tan solo unos minutos. Entre los síntomas más comunes de la agorafobia encontramos los temblores, la sudoración, la dificultad para respirar, las náuseas o incluso el miedo a morir.
Los desencadenantes en la agorafobia son muchos y muy variados, por lo que no podemos ceñirnos a describirla como el miedo a los espacios abiertos. De hecho, en ocasiones la persona sufre de agorafobia incluso en un espacio que él mismo considera seguro, debido a algún conflicto interno.
El caso es que, cuando una persona sufre un ataque de pánico si no se trata debidamente comienza a surgir el miedo a que se vuelva a repetir, y la consecuencia es que se repiten a menudo, para algunas personas lo normal es que surjan una vez al mes.
Con todo lo anterior, podemos entender la agorafobia como una complicación de los ataques de pánico. Una persona sufre un ataque de pánico, una situación de miedo intenso que se vuelve de lo más desagradable. El miedo a volver a sufrir otro de estos ataques le hace entrar en un bucle en el que el miedo se apodera de todo su ser. De esta forma, los ataques de pánico se repiten regularmente.
Lo mejor es que si una persona sufre un ataque de pánico se lo trate de inmediato. De esta forma, conociendo más acerca de la situación que le ha llevado a tal extremo, puede prevenir y controlar los ataques de pánico. En caso contrario, quien no lo trata experimenta un temor intenso que no harán más que complicar la situación hasta llevarle al trastorno de la agorafobia.
Y aunque el ataque de pánico no se trate desde un primer momento, una terapia puede mejorar el trastorno de la agorafobia. Para un tratamiento efectivo se suelen combinar los fármacos con una terapia psicológica, lo que incrementará los efectos y proporcionará al paciente una vida más saludable.
Por lo que respecta a los fármacos se suelen utilizar tanto antidepresivos como ansiolíticos, ambos bajo prescripción médica. Además, es importante tener en cuenta que mediante estos fármacos no se cura el trastorno, sino que se llevan mejor sus síntomas.
La terapia psicológica podrá conseguir que el efecto de los fármacos perdure más en el tiempo. Viene resultando muy efectiva la terapia congnitivo-conductual, cuyos beneficios están probados científicamente. En terapia, será necesario cierto tiempo para comenzar a notar los resultados, pero estos serán persistentes si la persona se esfuerza por controlar la situación.
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