La alegría es una emoción que tenemos en nuestro interior, la alegría es una emoción que surge desde nuestro yo más profundo y que representan la felicidad y las buenas vibraciones y energías de las personas de que tanto aprecian quienes nos rodean. Hasta aquí todo correcto, pero la cosa no es tan simple como parece. Eso sí, hay otro tipo de alegría, la alegría fingida, que no surge de nuestro interior sino que es una alegría falsa, una careta que nos ponemos para cumplir con ciertas convenciones u obligaciones sociales, pero que nos empuja hacia la infelicidad.
Podríamos definir la alegría como una más de las emociones básicas, una emoción positiva con su papel adaptativo. La alegría nos invita a sonreír, a curiosear y a explorar nuestro entorno; y las respuestas fisiológicas a la emoción de la alegría nos dan esa sensación de compartir nuestra alegría con quienes nos rodean y de estar siempre sonriendo. La alegría también ayuda a consolidar el equilibrio entre cuerpo y mente, lo que reduce el estrés del día a día. También nos trae sentimientos de tipo positivo que de alguna manera nos hace sentirnos más seguros de nosotros mismos.
Cuando hablamos de reacciones fisiológicas a la alegría nos referimos a cómo nuestro cuerpo reacciona ante ella. Dejarnos llevar por esa alegría que surge de nuestro interior se refleja en todo nuestro cuerpo, en el interior de nuestra alma y por supuesto también en nuestra autoestima, que ante un estado como este, debería gozar de buena salud. Aunque también es cierto que los efectos de la alegría en nuestro cuerpo son especialmente patentes en el rostro. La apertura de los ojos y de la boca nos dibujan una sonrisa que se puede convertir en carcajada. También los músculos del pecho o la garganta se expanden, unos cambios que refuerzan nuestra sensación de bienestar.
Todo esto suena muy bien, pero hay que distinguir esta alegría que fluye de nuestro interior de la falsa alegría, donde la emoción no concuerda con lo que realmente sentimos. Por no hablar de la alegría cínica, donde la alegría oculta otras emociones como la tristeza, el miedo o el enfado. ¿Cómo llegamos a este punto? La culpa es de esa convención social que nos obliga a estar felices todo el tiempo, o al menos a no dar explicaciones a los demás sobre nuestra alegría. No es fácil explicar por qué estás triste, o de qué tienes miedo, o qué ha hecho que te enfades.
Ambas alegrías tienen orígenes totalmente distintos. Pese a ser fruto de nuestras emociones, la auténtica alegría no es fruto de los demás sino que surge gracias a nuestros pensamientos y emociones internas. Es algo así como un darnos cuenta de algo, de disfrutar de esos pequeños placeres que surgen en el día a día. Si impulsamos la curiosidad por nosotros mismos será más fácil que accedamos a nuestro interior y esa alegría se manifieste de forma espontánea y expansiva.
Y para identificar ese torbellino de felicidad interior que todos tenemos hay una serie de pistas que podemos seguir. Para empezar, sabiendo que es algo espontáneo, natural y que no podemos controlar. La alegría real no responde a ningún sentimiento que podamos forzar, es algo totalmente improvisado, que además nos ayuda a mantener el equilibrio y el bienestar interno, que también se asocia con la alegría y la felicidad.
Esta alegría interna también nos invita a compartirla con quienes nos rodean, lo que refuerza las relaciones y la unión con otras personas. También nos permite poner en marcha nuevos proyectos con un plus de motivación o entrar en contacto con otras emociones placenteras: nos quejaremos menos de lo que no tenemos y disfrutaremos más de lo que está en nuestras manos. De esta manera, tanto nuestra vida como la de quienes rodean mejorarán, y no tendremos que recurrir a la felicidad externa para disimular nada.
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