Todos nos hemos enfadado alguna vez, y el resultado siempre es el mismo: pasa algo que no te gusta, te enfadas -con o sin razón- con alguien, reflexionas o reflexionáis cada uno por vuestra cuenta, lo habláis y llega el perdón. Dicho así puede parecer muy fácil, pero las fases por las que pasan nuestros enfados son mucho más profundas que todo esto así que vamos a conocerlas con más profundidad, desde el disgusto y la ira que causan el conflicto emocional hasta su resolución y la evolución de nuestros sentimientos.
Cualquier enfado es una mezcla de sentimientos, entre los que se encuentran el disgusto que nos ha llevado hasta allí o la ira, una de las emociones resultantes de ese disgusto. Pero no siempre vamos a manifestar este enfado en público. De hecho, este mecanismo de defensa no tiene el mejor concepto social y muchas veces lo reprimimos en público para manifestarlo luego en casa o en nuestro círculo de confianza. Cuando lo hacemos público se dice que “hemos explotado”, que la ira se ha apoderado de nosotros, cuando en realidad se trata de un enfado.
Esto no quiere decir que al día siguiente, o incluso ese mismo día, no comportemos como si no hubiese pasado nada. Lo habitual es que manifestemos un comportamiento hostil hacia la persona o el grupo de personas que nos han provocado ese sentimiento, que demos vía libre a sentimientos y emociones como la propia ira e incluso puede que aparezcan los celos y ahí la cosa empeora más. Esto nos hará entrar en una espiral de altibajos emocionales que no sabremos controlar, en los que tu autoestima puede dispararse a la misma velocidad con la que se desploma, dando paso a la siguiente etapa.
Siempre se dice que el primer paso para desenfadarnos es saber por qué nos hemos enfadado con ese alguien, qué causas han provocado el enfado. Para ello llegará un punto en que nuestro cerebro reaccionará y haremos ese click que nos llevará a sentarnos y reflexionar por qué hemos llegado a esta situación: qué pasó, cómo actuaste tú, cómo lo hizo la otra persona... Ponerse en la piel del otro es muy importante para comprender -que no justificar- la situación. Esto nos permitirá expresarnos con más facilidad ante la otra persona.
Llegados a este punto, es el momento de transformar ese torbellino de emociones y sentimientos que nos ha provocado el enfado en algo positivo, en emociones que nos ayuden a normalizar la relación con la otra persona. Es el momento en el que somos capaces de gestionar nuestras emociones y a seguir creciendo nosotros mismos como personas. Para darle un desenlace positivo al enfado hay que utilizar aquello de no hay mal que por bien no venga, y buscaremos una serie de soluciones que cubran la mayoría de las necesidades que ha dejado ver el conflicto.
Cuando decimos la mayoría lo hacemos porque no siempre es posible resolver todas las necesidades a la vez, por muy legítimas e importantes que sean, y porque una de las claves de la solución del enfado está en saber ceder. Plantéate qué necesitas tú y qué necesita la otra persona, y a partir de aquí verás qué necesidades están siendo cubiertas y cuáles no. Si te esfuerzas en cubrir esas necesidades que más lo exigen, pronto empezarán a reducirse tus enfados y su intensidad.
Nadie puede negar que el enfado tiene consecuencias negativas para nuestro cuerpo, tanto físicas como psicológicas. Sin embargo, el hecho de ser capaces de adquirir esa distancia con el propio enfado, de ponerse en la piel del otro, nos ayudará a liberar esas emociones bloqueadas y por tanto nos permitirá avanzar en su resolución.
Por eso, cuando surge la amenaza que dará paso al enfado es importante buscar los sentimientos y emociones positivos, que nos lleven a ponernos en la piel del otro, para buscar la resolución. Si no lo haces te dejarás llevar por pensamientos negativos que crean malestar e impiden una solución.
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