Si abrimos el diccionario de la RAE por la entrada de la indignación nos encontramos con que este sentimiento aparece definido como “enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”. Algo parecido pasa si retrocedemos en el tiempo hasta sus orígenes, en la palabra latina indignatio, algo así como la irritación y el enfado ante hechos o situaciones que se consideran indignos. ¿Te suena? Por eso, cuando algo nos indigna nos enfada, hasta el punto de vernos desbordados y superados por ese hecho.
La indignación como sentimiento
Y aunque una cosa es lo que digan el diccionario o los orígenes etimológicos de una palabra y otra la realidad de lo que sentimos, si analizamos la indignación como un sentimiento negativo las definiciones que hemos visto no van nada desencaminadas. Como todos los sentimientos, la indignación nace de una emoción; y en este caso nos encontramos con un sentimiento que nace tras un pensamiento complejo y muy elaborado a partir del proceso valorativo de la realidad que vive el indignado. Ese proceso es la emoción que despierta la chispa de la indignación.
Pero para indignarnos tenemos que percibir la realidad como algo amenazante e identificar el origen de esa amenaza. Una amenaza que viene acompañada de la idea de injusticia y agravio, las dos ideas claves pera identificar el sentimiento de la indignación. Cuando alguien se siente indignado o se siente enfadado es porque ve cómo alguien le ha despojado de algo que, desde su punto de vista, merece tener. Otra opción es que todavía no haya perdido ese algo, pero sienta la amenaza de perderlo como algo con muchas posibilidades de suceder.
Empatía e indignación
Llegados a este punto hay que hablar de la empatía, un sentimiento que está estrechamente ligado a la indignación ya que la empatía es esa indignación que sufrimos cuando otra persona sufre esas situación de amenaza o despojo de la que hablábamos. Una solidaridad que ha dado lugar a todo tipo de movimientos solidarios o sociales como el de los indignados. De hecho, el los indignados son el mejor ejemplo que tenemos para explicar la indignación con un caso práctico que todo el mundo conoce.
El desempleo y la precariedad laboral, las dificultades para acceder a una vivienda, la corrupción, la falta de transparencia, la crisis económica y los recortes sociales que la acompañaron o las grandes desigualdades sociales son esa amenaza latente que crea la idea de injusticia y agravio. Además, en ese caso es muy fácil señalar al “culpable” de ese sentimiento: el sistema, representado por el Estado y sus instituciones, los poderes económicos y los poderes financiaros.
Cuando la indignación nos sobrepasa
Al principio decíamos que la indignación provoca enojo, ira o enfado contra una persona, a los que también se pueden añadir la furia o la irritabilidad. De hecho, muchas veces la indignación es un sentimiento que aparece de forma espontánea y también lo son nuestras reacciones, lo que puede dar paso a una emoción violenta inmediata como los golpes o los insultos. Entonces la indignación pasa a dominar nuestro comportamiento y nuestro pensamiento, algo que se refleja desde el punto de vista verbal, pero también desde el físico. Aunque esto no implica que no podamos defender nuestro derecho a indignarnos, enfadarnos y protestar.
Cuando nos indignamos experimentamos una serie de cambios fisiológicos, ya que sube la presión y el ritmo cardíaco se acelera. Como otras tantas emociones y sentimientos, la indignación te puede dejar paralizado o, al contrario, activarte y dominarte para que pases a la acción. El autocontrol a la hora de evitar que ese dominio de la indignación sobre nosotros tenga un desenlace violento es muy importante.